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martes, 6 de julio de 2010

Maravilla de piedra, Pilares de sal

La Catedral de León se empezó a construir en su versión actual allá por 1.200, sobre los cimientos y restos de dos catedrales anteriores, la primera construida en torno a 900 dC.

Esta Catedral es un reflejo magnífico del puro Gótico, la lucha por la luz, por conseguir que sea el espacio vacío el que llene el edificio y eleve al visitante a las alturas. En este aspecto llega al extremo, siendo sus pilares y resto de líneas de fuerza los más finos entre los finos.

De hecho, es muchísimo más bonita por dentro que por fuera. Bonita por sencilla, ya que está bastante más desprovista de adornos que el exterior, y la mayoría de ellos son posteriores a su construcción.

Cada vez que visito León tengo una cita obligada con ella, ya que su interior es uno de los pocos lugares donde consigo alcanzar el "reposo interno" sin esfuerzo, y no deja nunca de maravillarme lo que nuestros antepasados consiguieron hacer sin más ayuda que su talento, sus manos, martillos, cuerdas y poleas. De verdad, pasear entre sus columnas, que no entre sus muros, se convierte en un ejercicio de elevación espiritual instantáneo, que supongo es uno de los objetivos que buscaron sus constructores.

Lamentablemente, dichos constructores no pensaron nunca  que su obra fuera a alcanzar casi el milenio de antigüedad, y no previeron por tanto la necesidad de utilizar materiales más o menos "eternos". Por ello, utilizaron para los pilares la piedra caliza de Boñar. Dicha piedra caliza, además de no ser de una gran calidad, tiene el inconveniente "per se" de ser muy sensible al agua, que lleva visitándola 800 años sin descanso. Adicionalmente, la contaminación generada por nuestros vehículos a motor durante varias decenas de años circulando por sus alrededores también ha ayudado al deterioro progresivo de nuestra amiga.

En otros casos este deterioro no es peligroso en sí mismo, fundamentalmente por presentarse en edificios más sólidos, o estables, o "tapados". Nuestra amiga es bella, sí, pero también muy frágil, y cualquiera de esos estrechos pilares que se elevan al infinito, y todos esos arcos que nutren de espacio vacío al conjunto del edificio, puede ser el causante de una catástrofe. Nuestra pobre amiga descansa sobre pilares de sal.

Y ahora viene mi indignación, que no podía faltar. La indignación es con todos nosotros como raza, que somos capaces de destruir el mundo entero con sólo apretar un botón, de viajar más rápido que el sonido, de ver a través de las paredes y de los cuerpos... pero no somos capaces de encontrar una solución para que la lluvia no destruya una piedra. Una piedra, por cierto, que con todos nuestros medios no seríamos capaces de imitar. ¿O sí? Quien sabe, mejor que no tengamos que comprobarlo, ¿verdad?